¿Qué es lo que pasa cuando no se cae una idea? Uno busca y busca pero parece como si dentro del cerebro hubiera un burro echado y rodeado de moscas. Es terrible la sensación de vacío intelectual que se puede tener cuando uno se enfrenta cara a carilla con el papel para descubrir que el cuentagotas de ideas está tapado. La agitada vida moderna no nos deja espacio para el ocio creativo ni para ese otro, el absolutamente improductivo que tantas satisfacciones y anécdotas nos brinda. Es por eso que desde aquí queremos hacer la merecida reivindicación de una práctica tan desprestigiada socialmente y que, sin embargo, se erige como pilar fundamental de la actividad docente: la socialización de recursos sin reconocimiento de propiedad intelectual, en palabras sencillas, el robo. ¿Qué sería de nosotros si en los momentos de embotamiento racional fuéramos incapaces de recordar las actividades que otros hicieron (robaron) antes que nosotros o de dónde las sacaron (robaron)? Defendamos una vez más, como estudiantes y como futuros o no tan futuros profesores, nuestro indeclinable derecho a robar.
(Diría de dónde saqué esto, pero mi fuente pidió confidencialidad, sepan disculpar)
miércoles, 24 de septiembre de 2008
lunes, 15 de septiembre de 2008
viernes, 12 de septiembre de 2008
Lingüistas
Tras la cerrada ovación que puso término a la sesión plenaria del Congreso Internacional de Lingüística y Afines, la hermosa taquígrafa recogió sus lápices y papeles y se dirigió hacia la salida abriéndose paso entre un centenar de lingüistas, filólogos, semiólogos, críticos estructuralistas y desconstruccionistas, todos los cuales siguieron su garboso desplazamiento con una admiración rayana en la glosemática.
De pronto las diversas acuñaciones cerebrales adquirieron vigencia fónica:
¡Qué sintagma!
¡Qué polisemia!
¡Qué significante!
¡Qué diacronía!
¡Qué exemplar ceterorum!
¡Qué Zungenspitze!
¡Qué morfema!
La hermosa taquígrafa desfiló impertérrita y adusta entre aquella selva de fonemas.
Sólo se la vio sonreír, halagada y tal vez vulnerable, cuando el joven ordenanza, antes de abrirle la puerta, murmuró casi en su oído: ''Cosita linda".
Mario Benedetti
De pronto las diversas acuñaciones cerebrales adquirieron vigencia fónica:
¡Qué sintagma!
¡Qué polisemia!
¡Qué significante!
¡Qué diacronía!
¡Qué exemplar ceterorum!
¡Qué Zungenspitze!
¡Qué morfema!
La hermosa taquígrafa desfiló impertérrita y adusta entre aquella selva de fonemas.
Sólo se la vio sonreír, halagada y tal vez vulnerable, cuando el joven ordenanza, antes de abrirle la puerta, murmuró casi en su oído: ''Cosita linda".
Mario Benedetti
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sábado, 6 de septiembre de 2008
martes, 2 de septiembre de 2008
Posibilidades
Quizás simplemente no sabía que los padres pueden ser hirientes sin quererlo cuando fue herida de muerte por el ‘puta’ que esgrimió su madre.
Quizás sólo no sabía decir que no, cuando sometió su determinación a la de otros al dejar que ese extraño le quitara un hijo de las entrañas.
Quizás no supo dónde buscar el perdón, ni dónde descargar la responsabilidad y la culpa cuando se desesperó por retornar a la sensación de vida en el vientre.
Quizás quería ser una niña por siempre, olvidarse de sí misma y descargar el mundo en otros, en esa nueva hija, la sustituta, la que tendría que encargarse de su difícil redención.
Quizás no supo intuir que la amargura de sus venas forjaría muros infranqueables, distancias absolutas y antagonismos radicales entre ella y la criatura.
Quizás por eso se decepcionó tanto, porque las cosas no resultaban como en los sueños, como en la tele, como su madre quería, como debía ser.
Quizás ese fue el motivo por el que se dejó estar y dejó a su hija en la más completa soledad, sólo acompañada por los constantes reproches y quejas que le profería.
Quizás la necesidad de recuperar el mundo de sus sueños fue lo que la sedujo a trasponer a la realidad las marcas de lo inverosímil.
Quizás a esas alturas con su constante necesidad de ser víctima, de ser protegida por otros, con el aislamientos forzoso que eso generaba, era incapaz de comprender la violencia con que su hija le respondía y la ignoraba.
Quizás era incapaz de ver que su hija se sentía sola y desprotegida, víctima de una encomienda (de una redención) que no sabía cómo, ni quería, además, encarar.
Quizás nunca tuvo la lucidez para ver que el mundo no es sólo lo que viene a uno, sino lo que uno hace con él.
Quizás era incapaz de asumir verdaderamente una responsabilidad.
Quizás era completamente incapaz de crecer.
Quizás por eso no podía evitar las respuestas y las actitudes de los chicos cuando su hija asumía el rol que la vida le había dejado al comportarse como madre de su madre.
Quizás en el fondo sabía que había perdido la razón hacía tiempo, que había arruinado la infancia y la adolescencia de su hija y que el lazo entre las dos era imposible de recomponer (si es que alguna vez había existido).
Quizás estaba convencida de que su hija era incapaz de comprender su vida y su situación.
Quizás valía mucho más de lo que su madre suponía.
Quizás era conciente de mucho más de lo que su hija suponía.
Pero hay certezas imposibles para una hija.
Quizás sólo no sabía decir que no, cuando sometió su determinación a la de otros al dejar que ese extraño le quitara un hijo de las entrañas.
Quizás no supo dónde buscar el perdón, ni dónde descargar la responsabilidad y la culpa cuando se desesperó por retornar a la sensación de vida en el vientre.
Quizás quería ser una niña por siempre, olvidarse de sí misma y descargar el mundo en otros, en esa nueva hija, la sustituta, la que tendría que encargarse de su difícil redención.
Quizás no supo intuir que la amargura de sus venas forjaría muros infranqueables, distancias absolutas y antagonismos radicales entre ella y la criatura.
Quizás por eso se decepcionó tanto, porque las cosas no resultaban como en los sueños, como en la tele, como su madre quería, como debía ser.
Quizás ese fue el motivo por el que se dejó estar y dejó a su hija en la más completa soledad, sólo acompañada por los constantes reproches y quejas que le profería.
Quizás la necesidad de recuperar el mundo de sus sueños fue lo que la sedujo a trasponer a la realidad las marcas de lo inverosímil.
Quizás a esas alturas con su constante necesidad de ser víctima, de ser protegida por otros, con el aislamientos forzoso que eso generaba, era incapaz de comprender la violencia con que su hija le respondía y la ignoraba.
Quizás era incapaz de ver que su hija se sentía sola y desprotegida, víctima de una encomienda (de una redención) que no sabía cómo, ni quería, además, encarar.
Quizás nunca tuvo la lucidez para ver que el mundo no es sólo lo que viene a uno, sino lo que uno hace con él.
Quizás era incapaz de asumir verdaderamente una responsabilidad.
Quizás era completamente incapaz de crecer.
Quizás por eso no podía evitar las respuestas y las actitudes de los chicos cuando su hija asumía el rol que la vida le había dejado al comportarse como madre de su madre.
Quizás en el fondo sabía que había perdido la razón hacía tiempo, que había arruinado la infancia y la adolescencia de su hija y que el lazo entre las dos era imposible de recomponer (si es que alguna vez había existido).
Quizás estaba convencida de que su hija era incapaz de comprender su vida y su situación.
Quizás valía mucho más de lo que su madre suponía.
Quizás era conciente de mucho más de lo que su hija suponía.
Pero hay certezas imposibles para una hija.
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